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Un centro de gravedad permanente

Hay lugares a los que se regresa una y otra vez. Física o imaginariamente. Y no sabes realmente la causa de esa repetición, más allá de los tópicos de lo bien que sienta viajar y alejarse de una gran ciudad y de lo bonito que es o te parece todo. Que en este caso es así, pero no me refiero sólo a eso. Tuve la suerte de conocer hace ya unos cuantos años el Alto Tajo y no dejo pasar la ocasión de volver. Este verano ya estoy tardando. 

Son demasiadas coincidencias y la primera y quizá más importante es que en apenas cinco kilómetros se encuentran los pueblos de dos amigos de Zaragoza que han conseguido contagiarme su pasión por esa porción de tierra. Uno de los pueblos, además, se llama Aragoncillo, de carga semántica y simbólica evidente ya que además se encuentra en el Señorío de Molina (de Aragón), con lo uno se encuentra doblemente en casa, aunque sea en una comunidad vecina. Mirando el mapa, esta comarca se sitúa en el centro entre Zaragoza, Soria y Madrid -o sea, casi toda mi vida- y, pasmémonos, es a su vez y según los libros el centro aproximado de la Celtiberia que resistió al invasor. Por añadir lazos propios, Molina está casi a igual distancia de donde nació mi abuelo (Adradas, en Soria) que del pueblo de su padre (Hiendelaencina, en Guadalajara).

Todo esto tiene que significar algo, pero lo cierto es que cuando repito el viaje pienso en cualquier cosa distinta…

El castillo de Molina, al fondo.

Mi primer recuerdo de la zona está en Molina, en un día nublado de invierno, para hacer gala a su fama de congelador. Chusé Luis, el que tiene casa en Aragoncillo, nos ha hecho varias veces de guía por su inmenso castillo -de origen andalusí y reconstrucción cristiana-, sus calles viejas repletas de patrimonio olvidado, sus plazas, bares y carnicerías. La primera vez que fuimos éramos una pandilla de camaradas revolucionarios rondando la treintena. La última, cuando nos llevó al museo, fue ya con los hijos de algunos y doce años después.

Cortados de arenisca en la Virgen de Montesinos.
Aragoncillo.

También hemos repetido varias veces en el barranco de la Virgen de la Hoz, en el río Gallo. El paisaje de roca arenisca erosionada es espectacular cuando haces el esfuerzo de subir, en pésimo estado de forma, el desnivel de unos cien metros desde el santuario de la virgen, en el mismo río, hasta un mirador panorámico al que llegas acordándote del día en que dejaste de hacer deporte. Hay que andar más aún para llegar hasta la ermita de la virgen de Montesinos, pero la excursión merece la pena y lo descubres al llegar a su antiguo molino. A no mucha distancia se atraviesan pueblos como Escalera, donde cuesta ver a alguien, a la vez que de repente te topas con la bandera republicana. Y todo gira en torno a Corduente, que hace las veces de centro de operaciones y tiene un nombre que me ha atrapado. Allí está el bar más chulo de la comarca, una taberna con jardín y raciones caseras.

Interior de un chozón sabinero.

Un barrido en el tiempo

Viajar con una arqueóloga permite reencontrarte con lo estudiado en la carrera y verlo todo con otros ojos. El territorio que ocupa esta comarca ha sido un continuo que se ha poblado y repoblado permanentemente, hasta llegar a un prolongado vaciamiento en el siglo pasado. Marta, que vive eventualmente en Zaragoza, mantiene sus raíces en su casa de Herrería y tiene más que trillada la zona. 

Y te enseña ejemplos como el castro de su pueblo, de época celtibérica; o las salinas de Armallá, en Tierzo, que utilizaron incluso los romanos; y los chozones sabineros, antiguas construcciones comunales hechas en piedra y madera para encerrar al ganado en pleno monte. Su origen se pierde en el tiempo y han sido empleados hasta hace muy pocos años. Por lo visto, son un tipo de abrigo casi único y hay ejemplares reconstruidos que bien merecen el paseo.

Pozas en verano, en el Alto Tajo.

Me dejo para el final lo más propio del verano y una de las razones para repetir una y otra vez: las pozas de agua cristalina del Alto Tajo. Cómo puede verse el agua así de azul turquesa.

Vienen días horrendos de un bochorno endémico y criminal con el planeta. Ojalá este refugio siga dándonos cobijo de tanto en tanto para olvidarnos de la destrucción.

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