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Cultivar los sucesos o cómo trivializar la existencia

Algunos veteranos jefes de medios, de esos con más objetividad y brúmel encima que años tienen, consiguen que la savia nueva que llega a la redacción muerda el anzuelo: “Los sucesos son el ‘abc’ del periodismo”, les dicen. A mí me lo soltaron también. Tenía que aprender a jerarquizar y a ordenar mis ideas. Se dejaron lo de ofrecer información sin contexto.

Los sucesos, lejos de representar el periodismo de otra época, mantienen una efervescencia en las televisiones y algunos medios escritos que no puede significar otra cosa que el mantenimiento cuidado de un arma reaccionaria. Sin contexto y con todo su morbo a cuestas, permiten comerciar con la información, extraer el lado más morboso e íntimo y, por encima de cualquier otra consideración, propician un juicio sesgado, accidental, simplificador y desprovisto de cualquier connotación social. Trivializan el hecho, lo elevan a única categoría simple mediante la presunción policial de veracidad, asunto más que cuestionable, y desnudan sus circunstancias para quitarle cualquier vertiente social que permita explicarse lo ocurrido de otras formas.

Es innegable que existen hechos que han de contarse como tales y a través de las fuentes existentes, en muchos casos policiales y judiciales -precisando adecuadamente su origen y no convirtiéndolas en verdades ex cátedra- pero no solamente esas. Sin embargo, dejar la información en unos meros acontecimientos que pueden ser entre luctuosos y morbosos o sencillamente dramáticos, o incluso cómicos, y no indagar en por qué han pasado, en otras versiones de lo sucedido, en la distinta versión de los implicados, en sus circunstancias sociales… convierte esos hechos, ese suceso, en una explicación trivial y simplista, y por tanto manipulada, de la realidad.

Se trata de una reducción reaccionaria, porque se produce en un sistema de valores, informaciones y transacciones económicas que, lejos de problematizar a la sociedad con lo ocurrido, infiere que este tipo de hechos son poco menos que inevitables, fortuitos, que crecen como champiñones, y que se pasan o se palían con medidas policiales. Al menos, infunde esta esperanza en el angustiado lector que no puede parar de leer este tipo de informaciones.

La servidumbre con arreglo a las fuentes, policiales o judiciales (abogados, funcionarios de los juzgados, fiscales, jueces…) convierte asimismo al periodista vocacional de sucesos -subrayo lo de vocacional porque siempre puede pasarle a alguien atrapado en estas labores-, por lo general, en alguien con poca capacidad crítica con arreglo a estas fuentes, cuando no de un modo u otro defensor de sus autores y de las lógicas que manejan en sus trabajos. Dicho de otra forma, resulta casi un oxímoron encontrarse a un periodista vocacional de los sucesos que, haciendo y viviendo de ello, cuestione abiertamente el modelo policial, la represión, la tortura sistematizada o la autocracia judicial.

Cosificar y criminalizar

Posiblemente uno de los ejemplos más sangrantes de cómo manipular y construir una realidad a medida, desde la perspectiva del suceso amarillo, sean los ‘okupas’, de forma generalizada. Primero llama la atención la caracterización con una letra ‘k’ que persigue equiparar cualquier problema en este sentido a las protestas de un movimiento organizado y definido mediante una serie de postulados políticos desde hace décadas. Luego, por el tratamiento delincuencial de los protagonistas de las informaciones, presentados como familias de jetas sin escrúpulos que no quieren trabajar y que, empeñados en la paguita, tienen la desfachatez de ponerse a vivir en el piso de cualquier pobre casero. Hay una intención política bien clara en todo esto, de la que los sectores más reaccionarios están sacando tajada, pero por encima de todo y antes que nada, existe una despersonalización y un tratamiento amarillo de los protagonistas de la información.

Para que nadie ose preguntarse por las derivadas sociales del asunto lo dejamos mejor en un suceso lacrimógeno y sucio, un pasillo tenebroso donde nadie querría asomarse, una viejecita a la que dan ganas de arropar frente a una colección de desaprensivos a los que apenas se da voz salvo para ladrar. La descontextualización social es tan evidente que anula la verosimilitud de cualquier pieza al respecto, pero las cadenas generalistas abren día sí y día también con esta guerra, además de blanquear la acción de los neonazis que ahora se están ganando la vida ‘desokupando’, como matones de escalera.

Algo similar a los okupas ocurre con los menores migrantes no acompañados, a los que se les ha bautizado con un acrónimo que usan tanto las presentadoras de los infames magacines matinales como las principales voces de la ultraderecha con sus alocuciones desgañitadas y carteles llenos de violencia.

Otros clásicos

Los delitos contra la propiedad, en lenguaje policial, son otro clásico de los sucesos, porque permiten incluso hacer chistes con lo patoso del caco o las ocurrencias que tuvo al entrar a robar. Pero, como en el caso anterior, nada de contexto en el periodismo de sucesos, ignorante de cualquier arista compleja: al reportero de las cinco ‘w’ sólo le interesan los datos básicos, demasiadas veces la nacionalidad -sesgo xenófobo y por desgracia muy utilizado-, las imágenes y, si los hay, testimonios frescos y demoledores que acentúen el expresionismo.

Hay otra suerte de noticias escabrosas que son caviar para los hacedores y consumidores de este particular periodismo caníbal: las parafilias, las psicopatías, los excesos y las noticias más horrendas. Preferiblemente, si las víctimas son niños. Los telediarios dedican minutos incalculables a dramas donde el psicópata o el delincuente de turno -si es inmigrante, aunque no se diga abiertamente, mejor aún- son objeto de aparente estudio, los vecinos de la familia de la víctima ofrecen declaraciones subidas de tono y, por encima de todo, subyace una idea: frente a este sindiós necesitamos más protección. Eso y no dejar a nuestros niños solos en el parque.

Una sociedad en sospecha y alpiste para la extrema derecha

Porque, en último término, esta cultura tan norteamericana en la manera de funcionar, lo que ofrece y persigue es la desconfianza mutua, el más absoluto individualismo, la sospecha. Quién podría desear de cerca alguno de los múltiples horrores que cometa un delincuente… Si bien esto es algo que tenemos todos claro, el periodismo editorial de sucesos lo que consigue es hacer de esta noticia puntual una regla, una realidad acentuada, cuando no considerada habitual por muchos. Y las cifras de delincuencia dicen lo contrario: por fortuna, los peores hechos de los que es capaz el ser humano no son habituales, sino extremadamente excepcionales, pero esto no vende.

En última instancia, lo más importante es la posverdad construida a cuenta de toneladas de minutaje sensacionalista: con la interiorización de tanto fiambre, tanto riesgo percibido, tanta manipulación, lo que se impone para mucha gente es la mano dura y esto significa más control, más seguridad y, por tanto, más policía en las calles. No es casual el auge de series y de realities de patrullas haciendo el bien por nuestras ciudades.

Como con la banca, con los sucesos, la derecha y su parte ultra siempre ganan. Si la izquierda apuesta por derechos económicos y sociales para una mayoría, la parte conservadora del tablero siempre se ha sentido a gusto con los marcos sobre la seguridad y el monopolio estatal de la violencia a la hora de garantizarla, además de promover la aplicación de unas condenas ejemplares y sin reinserción posible, apostando por la vía penal como el único camino. Existe toda una declaración de intenciones en esto: reducir el Estado a una suerte de empresa policial y en clave neoliberal, frente a una concepción del Estado como garante de servicio público.

Nos encontramos, en definitiva, con un mercado informativo que propicia un incalculable alpiste para las ideas más reaccionarias. No paran de sonar los veloces coches policiales. Ya lo dijeron los Hertzainak en los ochenta: la única sirena es la que grita por la noche.

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